LA TRANSFORMACIÓN DE LOS SERES

LA TRANSFORMACIÓN DE LOS SERES
Celeste se sentaba todas las noches a la orilla del mar para contemplar la Luna. Envuelta en esa quietud recordaba la historia que su madre le solía contar, cuando aún era una niña. Mientras el murmullo del mar se escuchaba, las imágenes comenzaban a desfilar en su imaginación.

La Luna se hallaba enamorada del Sol. Pero una enorme distancia la separaba de su amado. Desde lo alto veía a las parejas de enamorados inmersos en un idilio amoroso de besos y abrazos. Era testigo de los suspiros al separarse. Quiso ser una mujer y experimentar ese estado de arrobamiento. Una noche rogó al Creador le concediera su deseo. Y el Pensamiento Supremo, al ver el sufrimiento de ella, quiso concederle el anhelo de su alma.

En un instante el mundo se consternó. El satélite que siempre había acompañado a la Tierra había desaparecido.
Mientras tanto en una costa de Veracruz, una mujer yacía recostada sobre la arena de la playa. Su piel era tan blanca, y su cabellera un racimo de hilos plateados, que competía en hermosura con las diosas del Olimpo. Su respiración era sosegada. Abrió sus ojos y un azul intenso iluminó el orbe. Caminó por la ribera cómo si fuera una aparición celestial. Su piel resplandecía como si de sí, irradiará una luz. Entró en la ciudad y presenció el caos en que se hallaba. Las gentes corrían de aquí para allá, quemaban las casas, destruían todo a su paso, se peleaban entre sí por cualquier palabra. Entonces preguntó a Dios: «¿Por qué hay tanta agitación?». Y Él, le contestó: «Es el resultado de tu deseo. Me pediste que te convirtiera en mujer. Y al hacerlo, el magnetismo de la tierra se desequilibró». «Nunca pensé en el alcance de mi deseo. Devuélveme a mi estado para que el mundo siga existiendo». «Sea como tu lo deseas». La Luna despertó de su sueño y brilló con más intensidad. Y la humanidad volvió a su estado habitual.

Décadas después, el mundo se hallaba maravillado ante un acontecimiento que sólo se realizaba cada cientos de años, un eclipse de Sol. La Luna se regocijaba, por fin contraería nupcias con su adorado, el Astro Rey. Y en un beso eterno que duro un instante, se fundió en la inmensidad del amor.